domingo, 16 de septiembre de 2007

Documento entregado a la facultad acerca del proyecto desarrollado durante el mes de Diciembre del 2006

En el Centro Comercial Salitre Plaza
Dondebogotatienecorazon.blogspot.com
(Esta es la dirección donde se encuentra el diario de lo que sucedio durante ese mes)

El primer recuerdo que tengo de tomar distancia, me remite a la época en que tenía 5 años cuando en la formación del colegio era necesario “tomar distancia” posando las manos con los brazos extendidos hacia delante sobre los hombros del compañero que se encontraba enfrente mío, el propósito de esta instrucción era alinear, lograr una distribución de elementos (nosotros) mas o menos equitativa, en últimas ordenar; de ahí en adelante esta noción no ha cambiado demasiado, es decir cuando tomo distancia de algo, lo que busco es aclarar el panorama, esclarecer los hechos, puntualizar intereses, poner en claro o precisamente en orden un conjunto de incidentes o elementos.

De esta manera he tratado de tomar distancia del pasado mes de diciembre, luego de varios intentos, infructuosos por cierto, una conversación con una persona cercana puso en evidencia el miedo que se escondía tras esa afanosa búsqueda de “legitimación de mi proyecto de grado”. Era el miedo de exponer las tripas al descubierto, en esa medida el asunto no radica tanto en tomar distancia, no se que tanta distancia se puede tomar en el momento de hablar de uno mismo. A pesar que esa experiencia no se puede aprisionar entre la tinta y el papel, ahí va mi último intento so riesgo de resultar también insuficiente.

Yo, Natalia Avila Leubro, estuve el pasado mes de diciembre del 2006 desde el día primero hasta el día treinta y uno viviendo en el centro comercial Salitre Plaza Ubicado sobre la avenida La Esperanza entre La Carrera 68 y 66, asistí a este lugar día tras día, los sucesos que allí acontecieron fueron ya debidamente consignados en el blog que aparece al comienzo de este relato.

La insistencia en permanecer tanto tiempo en un lugar aparentemente contenedor pero a la larga hostil, que no fue diseñado para acoger a personas durante periodos largos, puede parecer un esfuerzo valiente (creo que hasta yo llegué a considerarlo así en algún momento), como abrir la puerta a un mundo fascinante y lleno de cosas nuevas e interesantes: la perspectiva del centro comercial como un lugar de posibilidades; sin embargo, la permanencia en el lugar me ratificó lo contrario, fue ésta una experiencia larga y tediosa, interrumpida por efímeras experiencias gratificantes, pero en general bastante latosa.

No se trata pues de una práctica transformadora casi-mística, todo lo contrario, la permanencia en el lugar durante periodos largos de tiempo puso en evidencia -para mí- la ausencia detrás de una acumulación de objetos, en ocasiones objetos atractivos, en otras objetos y vitrinas poco sugestivos que hablaban de francas diferencias de clase, -este es un centro comercial clase media, como yo-.

Este espacio de ausencia no es un lugar para habitar y asentarse sino apenas un sitio para suplir necesidades de consumo de forma transitoria. En su interior no se busca generar relaciones, y es ese el lugar en el que yo me encontraba.

Por una parte puedo decir que de forma completamente consciente decidí no aislarme de las dinámicas de consumo dentro del centro comercial, no me interesan los gestos activistas de resistencia, tampoco hacer una apología a aquel, simplemente consideré que el hecho de habitar el espacio o tratar de hacerlo habitable y aproximarme a sus dinámicas, implicaba hacer uso de lo que allí se encontraba, desde la adquisición de artículos o mercancía para subsistir, pasando por la compra de objetos por simple gusto, o tratando de divertirme viendo películas, bebiendo, recibiendo visitas de diversa naturaleza, leyendo o tomando siestas cada vez mas extensas en los sofás del centro comercial; de hecho podría decir que compré, hasta donde mi capacidad económica me lo permitió, y tal vez un poco mas allá, por gusto.

Pero, por otro lado se encontraba la trasgresión simultánea de esas dinámicas a través de la misma permanencia en el lugar, la decisión de ir día a día al centro comercial estuvo acompañada de estrategias sutiles para convertirme en un punto de tensión, para lograr visibilidad sin necesidad de convertir mi estadía en el lugar en un espectáculo; dichas estrategias estaban a su vez ligadas a la relación establecida con el lugar y con algunas personas que allí se encontraban; es decir que, en la permanencia reiterada en lugares específicos dentro del sitio, en la construcción de rutinas y en el trato con algunas personas con quienes comencé a “relacionarme” (de estas relaciones hablaré mas adelante) se anidaban los puntos que me resultaron mas cálidos con el paso del tiempo..

El hecho de exponerme permanentemente a la mirada del otro sufrió una transformación paulatina, como todos mis presupuestos en el momento de comenzar a habitar (si se puede decir) el centro comercial. En un comienzo siendo honesta me fascinaba la idea de convertirme en un personaje enigmático, en ese punto de tensión, como ya lo he señalado anteriormente; recordaba una lectura sugerida por Giovanni Vargas: Bartleby, de Herman Melvilla. Me seducía ese personaje, el escribiente porfiado que generaba múltiples reacciones a su alrededor permaneciendo impasible y negando la acción, resistiéndose a ceder frente a las exigencias del medio con su “preferiría no hacerlo”; llevada al extremo del encantamiento por dicho personaje me atrevía a relacionarlo con Alex Villar, el autor del video Temporary Ocupations (2004), en el que se muestra a Villar ignorando los códigos espaciales de la ciudad y resistiéndose a sus efectos, y por consiguiente, a la organización de la experiencia cotidiana. Él salta cercos, se desliza entre las barandas y se apretuja en las esquinas de los edificios.

Esa reiteración en la negación como forma de trasgresión, que en ese momento me parecía absolutamente sugestiva, se convirtió, con el paso de los días en el centro comercial, en un doloroso descubrimiento para mí: Bartleby funciona como una metáfora; mi problema no era el de encarnar un personaje ni mucho menos, podía permanecer en el centro comercial durante periodos largos de tiempo, haciendo cosas rutinarias, pero NO podía permanecer impasible, inmutable, inalterable; yo no venía de la oficina de “cartas muertas” así que Bartleby, estás bien como influencia literaria, en un mundo en el que puedes seguir viviendo de galletas de jengibre, pero en lo que a mí respecta, Bartleby, puedes irte a la mierda.

Como parte de esa imposibilidad de permanecer imperturbable en el lugar, los picos de depresión y angustia se elevaban por momentos, determinando un aumento en mi consumo de cosas en el centro comercial; no es que quiera con esto hacerme ver como una víctima del consumo –en absoluto- creo que lo más sensato es aceptar esa parte de uno; Esa aceptación es parte de “Ser” en un lugar, como el verbo más famoso y el que primero le enseñan a uno cuando aprende ingles: “ser o estar” o mejor “ser y estar”.

Al principio -he de aceptarlo-, esperaba que algo sucediera, no sabía qué exactamente, pero ese algo implicaría una reacción notoria de algunos sectores tales como el grupo de vigilancia del centro comercial, sin embargo, esta expectativa se fue diluyendo en el tiempo, poco a poco dejé de esperar a que sucediera algo, y comencé a no esperar nada, a desesperanzarme por momentos, y fue entonces cuando algo significativo -para mí- comenzó a suceder: que me di cuenta de ciertas reacciones que no eran palpables en primera instancia, más bien todo lo contrario: borrosas, inciertas e indefinidas, pero se hicieron evidentes sólo en el momento en que dejé de preocuparme por ellas. Fue en ese punto cuando comencé a percibir las implicaciones de mi presencia en el lugar.

Y cuando me refiero a “mi presencia en el lugar” no quiero sobredimensionar “mi presencia en el lugar”, pues creo que una de las características de mi paso por el centro comercial es su inutilidad; más bien tuve la posibilidad de chocarme, por breves momentos, con algunas personas, como lo describo en mi diario, pero aparte de algunos empleados del lugar, ¿quiénes más van al centro comercial a pasar el tiempo de forma frecuente?: Un niño-joven autista, un joven con retraso mental y discapacidad para hablar y otro bastante drogadicto desertor del sistema educativo superior, hasta donde pude darme cuenta; pero más allá de preguntarme por quiénes van al centro comercial a pasar el tiempo de forma frecuente y verlos y nombrarlos a ellos me veo a mí, no sólo por permanecer durante todo un mes allí sino porque me reconozco dentro de esas personas que van a pasar tiempo en el centro comercial cuando se sienten solas, como si fuera un refugio. No es este un ejercicio para dar voz a quienes no la tienen ni mucho menos, por eso sencillamente me limito a describir los hechos que tienen que ver con otras personas y no hago mayor especulación al respecto.

En este caso la única voz que tengo es la mía. Y pese a entrar en relación con el lugar y con algunas personas, esta es una experiencia particular. En esa medida si no tomo distancia de mi misma, asumo la responsabilidad de hablar de mi experiencia/práctica. No propongo nada nuevo, ni digo nada diferente, lo sé, lo que sucedió queda entre el centro comercial, un par de personas y yo. No tengo una interesante conclusión para aportar al mundo, solo permanecí en ese lugar cada día durante un mes y traté de habitarlo; al final no hay moraleja, apenas una experiencia jabonosa y llena de vacíos. Hasta aquí llego yo.


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